El duelo es el proceso psicológico consecuencia de la muerte o pérdida de una persona, objeto, o situación significativa para nosotros. Por ejemplo: rupturas con la pareja, muerte de un ser querido, divorcio, cambio radical de vida, etc. Esta reacción psicológica no sólo tiene componentes emocionales, sino también fisiológicos y sociales.
La pérdida lleva a experimentar diferentes sentimientos:
Shock: el individuo siente una sensación de paralización, desorientación e incredulidad. La vida se estanca y la atención se concentra en la pérdida sentimental. Se bloquean las emociones y es difícil concentrarse en las tareas diarias.
Negación: este mecanismo, que conlleva la incapacidad de aceptar que la relación ha terminado, también sucede cuando se vive la muerte de un ser querido. Hay personas que se estancan en esta etapa durante años, con la esperanza de recuperar lo que se fue.
Pena y depresión: un sentimiento de vacío. Es el sentimiento que impulsa a muchas personas a tapar la angustia. Es importante permitirse vivir la experiencia de la tristeza sin acudir a atajos como la actividad frenética, drogas u alcohol.
Culpa: suele hilarse con el sentimiento de fracaso. Las personas sienten mucha culpa son aquellas más son incapaces de gestionar su rabia por lo que la dirigen hacia sí mismos.
Rabia: una fuerte emoción que nace de sentirse herido, aunque no haya nadie a quién culpar. El momento en que se experimenta la rabia depende de cada persona en particular. Algunos la sienten muy al principio y otros son más lentos hasta llegar a sentirla. Al ser una energía potente, la rabia puede hacer sentir irritabilidad y nerviosismo.
Resignación: la despedida. Esta es la transición más difícil del proceso de duelo. Es posible quedarse atrapado en esta etapa cuando el agotamiento nervioso deja a la persona sin motivación para seguir adelante.
Reconstrucción: en este punto comienza a haber más días alegres que tristes y se empieza a reconstruir activamente la vida.